bodas
bodas
¡Esas manías que tienen los hombres!
Por: Pilar Obón
Secundaria: Perder las llaves, adueñarse del control remoto, mirar a otras mujeres… manías que nos vuelven locas, y que tienen su por qué.
Texto:
Los hombres deberían venir con instructivo, ¿no crees? Es decir, ellos piensan que nosotras somos un completo misterio, pero ellos no se quedan atrás. A falta de un manual, es necesario tratar de entender esas pequeñas, irritantes, adorables, exasperantes, inevitables manías que la mayoría de ellos tiene en común y con las cuales, quizá, tendremos que aprender a vivir.
- La manía del control remoto.
Dicen que una de las formas más seguras de volver loco a un hombre en la cama, es quitarle el control remoto de la televisión. Ahí estás tú, con él, quien tiene en su mano el diabólico aparatejo, con el cual está cambie, y cambie, y cambie, y cambie de canal, con el pretexto de “a ver qué hay”. De pronto, capta algo interesante para ti, pero antes de que puedas decir “a”, el hombre ya le cambió. Lo curioso es que cuando se decide por algún canal (cuando menos hasta los próximos comerciales), elige el más aburrido de todos.
¿Por qué? Bueno, pues porque ellos, siendo hombres, necesitan tener… el control.
-
bodas
- La manía de los papelitos.
No hay casa en donde haya un hombre cuya edad fluctúe entre los 24 y los 90, donde no exista también una abrumadora cantidad de papelitos con las más diversas anotaciones. Casi siempre son teléfonos pero, claro, sin el nombre de a quién pertenecen. Tú amorosamente, le regalas una agenda para que anote todo eso. ¿Resultado? Efectivamente carga con la agenda, vacía, pero eso sí: llena de papelitos.
¿Por qué? Porque al parecer es mucho más interesante el asunto de los papelitos, ya que, supongo, parte del encanto es tratar de adivinar a quién pertenece el número que anotaron ahí.
- La manía de los juegos.
Son millones los niños en el mundo, que protestan porque su papá, o el abuelo, o el tío, o el novio de la hermana, han usurpado su lugar frente a su estación de videojuegos. Si el hombre no tiene juego disponible, no tardará en descubrir que su teléfono celular contiene algunos. Y si el jueguito en cuestión está dentro de una computadora, doble atracción. Debe haber, en el mundo, algunos millones de “viudas de la computadora”.
¿Por qué? Por el niño que todo hombre lleva adentro y que, al parecer, nunca madura.
- La manía de las tarjetas.
A los hombres les encantan las tarjetas, y casi todos tienden a coleccionarlas. Pueden ser tarjetas de crédito, o bien tarjetas de presentación. La cosa es que sean tarjetas.
¿Por qué? Si son tarjetas de crédito, para demostrar que tienen un buen nivel de ingreso (aunque todas estén saturadas). Y si son tarjetas de presentación, para sentir que tienen muchas relaciones. Es parte de esa hermandad de los hombres que las mujeres deberíamos imitar.
- La manía de no preguntar cuando andan perdidos.
Llevan ya dos horas dando vueltas en el coche para llegar a la iglesia donde se celebra la bodas a la que están invitados. El hombre, al parecer, no tiene ni idea de dónde están. Pero cuando sugieres, con toda sensatez, que le pregunte a alguien, él se niega en redondo: “No te preocupes, mi amor; no tardamos en dar con la dirección”. ¡Ja!
¿Por qué? Los hombres son educados, entrenados y condicionados para ser autosuficientes. ¿Y qué mayor debilidad que aceptar que están perdidos? ¡Eso nunca!
- La manía de guardar todo lo que no sirve.
Si el hombre de tu vida posee una colección de cosas inservibles, ve haciéndoles un lugar en casa. Aparatos descompuestos, por ejemplo, por dos motivos: a) tienen la intención de arreglarlos después (ese “después” resulta un término bastante ambiguo”); y b) por si necesitan las partes para alguna refacción. ¿Otros objetos comunes? Tornillos de todo tipo, mangueritas, rondanas, empaques para las llaves del agua…
¿Por qué? Quisiéramos pensar que se trata de algún atavismo, que viene de la época en que estábamos emparentados con las ardillas. Pero la realidad es, según dicen varios hombres a quienes preguntamos: “en este momento no sirve; pero seguramente servirá después”. ¡Otra vez el después!
- La manía de darte instrucciones cuando vas manejando.
Los hombres tienen la idea de que las mujeres y los autos no hacemos buena combinación (a final de cuentas, mientras nosotros jugábamos con muñecas, ellos jugaban con carritos). Si por alguna misteriosa circunstancia tu hombre accede a que tú manejes, no parará de darte instrucciones todo el camino, como si tú no tuvieras ya varios años detrás de un volante: “¡Frena!” “¡Cuidado!” “¡Acelera!” “¡Da vuelta a la derecha, ya!”
¿Por qué? Porque en cada hombre hay un instructor de manejo. Y porque las mujeres y los autos no hacemos buena combinación.
- La manía de perder las llaves.
No hay hombre que se respete, que no pierda las llaves del auto o de la casa cuando menos una vez a la semana. Y claro, se da cuenta de que las ha perdido justo cuando tiene una prisa espantosa por salir. Generalmente, las llaves están en la bolsa del pantalón que usó ayer.
¿Por qué? Quizá porque en su más profundo inconsciente, todavía extraña la época en que vivía en una caverna y no necesitaba auto, ni echarle la llave a la puerta.
- La manía de hacer algo en el último minuto.
Es hora de comer. La comida está servida y caliente en la mesa. El hombre se acuerda de que tiene que hacer una llamada telefónica (tuvo dos horas para hacerla), justo en ese momento. O, van saliendo para el teatro, tarde, por supuesto (leer apartado anterior, relativo a la pérdida de las llaves). Vas saliendo con rumbo al auto, cuando un sexto sentido te pide que voltees. Lo haces, y el hombre no viene tras de ti, como hace un minuto. Entras a casa. El hombre está ante la computadora, porque acaba de recordar que tiene que mandar un e-mail que no puede esperar. ¿Sigo?
¿Por qué? Porque el sentido del tiempo y de la premura es completamente distinto en los hombres que en las mujeres. Y siempre, siempre, lo que él tiene que hacer es más importante, y no puede esperar.
- La manía de mirar a otras.
Están en un restaurante. Entra una mujer bonita. El la mira, aun cuando en ese momento te esté proponiendo matrimonio. Después, entra una mujer fea. El la mira también. Y lo mismo hace la mayoría de los hombres que están en el local, para desesperación de las mujeres que los acompañan.
¿Por qué? Pues porque son hombres. Y los hombres tienen que mirar a las mujeres, es parte de su masculinidad. Cuando menos, eso es lo que dicen ellos. Y no, no es para molestarte. Aunque no lo creas.